La curiosa práctica que compartimos con los monos desde hace 13 millones de años gracias a uno de nuestros antecesores: molestar al prójimo, revela un fascinante aspecto de nuestra evolución. Un estudio reciente ha demostrado que el comportamiento de molestar a otros individuos, ya sea con fines competitivos o simplemente por diversión, tiene profundas raíces en nuestra historia evolutiva. Esta conducta, que solemos asociar con la interacción social entre humanos, ha sido observada en primates no humanos, sugiriendo que proviene de un ancestro común que vivió hace millones de años. Desde entonces, la molestia ha sido una estrategia utilizada por diversas especies, incluyéndonos a nosotros, para establecer jerarquías sociales y resolver conflictos. Este hallazgo nos invita a reflexionar sobre la complejidad de nuestras relaciones sociales y la influencia de nuestro pasado evolutivo en nuestras conductas cotidianas.
La curiosa similitud entre humanos y monos: molestar al prójimo desde hace millones de años
En la raza humana, el comportamiento de molestar puede considerarse uno de los más curiosos y aparentemente ilógicos. Sin embargo, detrás de esta conducta se esconde algo mucho más primitivo de lo que se creía, una característica evolutiva que compartimos con los monos desde hace millones de años.
Un estudio realizado por el equipo de la antropóloga Erica Cartmill, de la Universidad de California, reveló que simios y humanos comparten la estrategia social del molestar, la cual se remonta a nuestro ancestro común hace 13 millones de años.
Los simios, al igual que los humanos, utilizan diferentes métodos para provocar a sus congéneres, desde tirones de pelo hasta ofrecer algo para luego apartarlo cuando el otro intenta cogerlo. Este tipo de comportamiento, lejos de ser antipático, es en realidad un constructor social.
La provocación suele dirigirse de los más jóvenes hacia los adultos, siendo una estrategia que nos ayuda a estrechar vínculos y medir límites en nuestras relaciones sociales. Es una práctica que nos ayuda a saber hasta dónde puede llegar la broma antes de agachar la cabeza por temor a una reprimenda.
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